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Modificando a Doppelgänger #9

Modificando a Doppelgänger #9

Rara vez las cosas salen bien a la primera. Como decía Mamá Ladilla, la perfección es algo que solo ocurre en la Biblia o en los chistes. El virtuosismo espontáneo es algo totalmente ficticio y magnificado a más no poder a través de las siempre inocentes y entretenidas redes sociales. Cuando de repente te enteras de en qué consiste el síndrome del impostor te das cuenta de cómo esas descontextualizadas imágenes de gente haciendo cosas alucinantes en videos de 20 segundos de Instagram o TikTok, lejos de pretender instruir, no ayudan en absoluto al proceso de aprendizaje. Todo lo contrario: son puro exhibicionismo. En palabras de mi querido suegro, pretenden deslumbrar, que no alumbrar.

Lograr un pleno, dar en el clavo y bordarlo a la primera suele tener más que ver con la casualidad, que con el auténtico talento. Tras cada historia de éxito, generalmente, hay muchas pruebas fallidas antes. Estos aparentes virtuosos le han echado multitud de horas de práctica que no te muestran y de las que no hablan (entre otras cosas porque ello lo bajaría de ese pedestal al que él mismo se ha encumbrado, hasta colocarlo en el escalón de un simple mortal como tú, espectador).

Hoy en día el éxito es venerado y el fracaso escondido bajo la alfombra, como un vergonzante deshonor. Décadas escuchando en las películas de Hollywood el exabrupto fracasado como un bobo insulto que, afortunadamente, nadie por aquí entendía y, poco a poco, nos han colado ese clasista y meritocrático concepto hasta la médula. Está claro que todo se pega, menos lo hermoso.

Obviamente, hay fracasos más graves que otros. No podemos comparar la derrota del 39 con la paella del pasado domingo donde el arroz se te ha agarró un poco. Hoy me gustaría centrarme justamente en estos últimos. Esas chorradas que hoy día concebimos y nos hacen concebir como fracasos. Los problemitas del primer mundo.

Como se suele decir, nadie nace sabiendo. En la era de la super productividad constante deberíamos aprender a ser más autoindulgentes. Y una pizca más de humildad tampoco nos vendría mal. Ni siquiera la experiencia asegura la victoria así que da igual el tiempo que lleves haciendo algo, siempre hay una buena oportunidad de aprender. Especialmente de aquello que mal llamamos fracaso. A todos los niveles. Yo mismo no soy la persona que era hace 10 o 15 o 20 años atrás. Afortunadamente la vida me sigue sorprendiendo removiendo mis cimientos cada dos por tres, haciéndome volver a la casilla de salida en muchos aspectos y ocasiones. Es un tránsito nada agradable, obviamente. A nadie le gusta darse cuenta de que ha estado comulgando con unas ideas equivocadas (y en ocasiones injustas y vergonzantes) durante algún tiempo. Pero reconozco que a la larga es enriquecedor. Me cuestiono, luego existo.

La luna de miel

Cuando terminé a Doppelgänger #9, estaba emocionado. Era mi primera Stratocaster, hecha con una madera muy especial, con mi primer sunburst que quedó fetén, por cierto, y siguiendo un recetario como os contaba en su propio artículo, que me llevó años establecer. Todo fantástico.

Si bien las primeras semanas, incluso meses, esa emoción nublo la objetividad de mi juicio, las cosas terminaron cayendo por su propio peso. Un día, después de tocar largo rato con ella, le confesé a mi media mandarina: a esta guitarra le falta algo. No sé que es, pero hay algo que no encuentro en ella. No conecto.

Ella me preguntó que si era esa la razón por la que la había puesto a la venta. En realidad, esa guitarra estaba pensada desde el principio en ir a la venta. Ya tengo esta insustituible Stratocaster, y yo, persona nada coleccionista, no necesito otra.

Entonces vino la sensación de fracaso. Todas las anteriores Doppelgänger tenían ese algo que mi corazón quería retener, aunque mi cabeza dijese que tenían que marchar (quedarme siempre con mi escasa producción es malo para el negocio, qué le vamos a hacer). Pero no era el caso con esta. Más allá de su belleza, el resto de mis guitarras me decían mucho más.

Sumido en esa sensación, ya no me apetecía venderla. Es muy probable que cualquiera que la probase, experimentaría la misma sensación que yo. Dejé de creer en ella y, por tanto, en mi trabajo. La retiré de la venta, la desterré, la escondí. De manera física a un estuche, y de manera metafísica fuera de mi pensamiento hasta que el tiempo me dijese qué hacer. Ahí se quedó: en barbecho.

Insistiendo

Pasaron los meses, y como el hierbajo abriéndose paso inexorable entre la tierra baldía, rebrotaron en mi mente los pensamientos: algo tendrás que hacer con ese trozo de madera. No te ha salido perfecta a la primera. ¿Y qué? ¿A quién le importa? ¿No te estarás dando demasiada importancia? Efectivamente, el subconsciente se revelaba ante el llorón de su dueño. Deja, por favor, de esconder la mierda bajo la alfombra y vuelve a darle otra vuelta a la guitarra. Termina lo que empezaste. Total, ¿qué tienes que perder?

Y eso hice. Aquí estoy para contaros qué pasó desde entonces.

Armado de paciencia y de mi mayor sentido crítico y arácnido, guitarra en mano, me senté a analizar cuáles eran las virtudes y cuáles las carencias.

El análisis

Las virtudes

Afortunadamente, partimos de una buena base ya que la guitarra, a nivel estructural está bien construida. Las medidas, formas, y alineamientos eran perfectos. Lo siguiente fue escuchar el mueble. Al tocarla desenchufada percibía un bonito tono acústico, con buen sustain y sin puntos muertos en el diapasón. Además vibraba bien en la barriga, lo cual siempre es buena señal.

Las carencias

La principal, tal y como decía, era esa diferencia entre el tono enchufada y desenchufada. Fría, plana, mediosa y comprimida.

Por otro lado, los potenciómetros de volumen y tono tenían un comportamiento que no me gustaba.

Y por último, no conseguía la rapidez que recordaba y esperaba de un diapasón de radio 12” con trastes jumbo. Al principio pensé que era un problema del ejecutante, pero por suerte parece sigo estando lo suficientemente en forma 😉

Si conseguía solucionar estos 3 puntos, tenía muchas posibilidades de elevar a la Doppelgänger #9, guitarra ya de por sí especial por sus materiales y elaboración artesanal, al altar de las Superstrats. Así que empezamos por el punto más fácil: Los potenciómetros.

El asunto de los potenciómetros

Una mala elección de potenciómetros puede llegar a cambiar totalmente el carácter de las pastillas. Pensé que igual solucionando esto, ganaría en tono en general y solucionaría dos problemas de un golpe.

Al usar un set HSS, donde mezclamos single coils y una humbucker, debemos encontrar una solución de compromiso al elegir el valor del pote de volumen. Usando uno de 250k, las single sonarán fantásticas, pero la humbucker quedará un poco oscura. Si por el contrario usamos 500K, la humbucker sonará en mucho más equilibrada, pero las single perderán buena parte de esos graves que amamos y quedarán canijas y estridentes. Para evitar bizarradas como potenciómetros dobles o resistencias en serie (que ya probé en su momento), una buena solución es usar 250k en el volumen, y la humbucker cablearla sin conectarla al pote de tono. Pierdes esa opción, pero ganas en equilibrio.

Hay para quien el pote de volumen es simplemente algo que se abre a tope cuando empiezan a tocar, y se cierra de nuevo cuando acaba el show. Para mí es un control que uso constantemente para regular el nivel tanto de salida, como de distorsión del ampli. Es fundamental que responda de manera suave y equilibrada, sin saltos, y que retenga la mayor cantidad de agudos a lo largo de todo su recorrido. Pues no era así. Había un punto, cerca del inicio, donde bajaba bruscamente y oscurecía toda la señal. En el último cuarto del recorrido no había señal, era completamente inútil.

De sobra es sabido que en audio, existen los potenciómetros logarítmicos. Estos están diseñados con una curva de respuesta que coincide con la percepción del oído humano, precisamente para producir ese efecto de progresividad a lo largo de su recorrido.

Inicialmente instalé potes CTS Logarítmicos en la #9. Pero algo estaba sucediendo ya que se comportaban como si fuesen lineales. Debí equivocarme al instalarlos. Levanté el golpeador y comprobé que la nomenclatura era correcta: A250k. Quizá eran lineales mal etiquetados. Así que los comprobé con un polímetro. Efectivamente, eran logarítmicos, ya que la medida de resistencia no era lineal a lo largo del recorrido.

La única razón posible es que ese potenciómetro no estuviese en buen estado. Así que puse otro nuevo. Igual. Mismo problema. ¿Cómo es posible? Elegí potenciómetros CTS como tope de gama, para ponerle a Doppelgänger #9 solo lo mejor de lo mejor.

Solo por salir de dudas, probé a instalarle unos potenciómetros Göldo del mismo valor A250K, fabricados en Japón. Suelo instalar estos en guitarras orientales y europeas, donde las medidas son en milímetros, ya que el eje del botón encaja a la perfección. Y a veces en instrumentos donde el cliente quiere calidad pero sin pagar la barbaridad de los precios de CTS. Y oh, sorpresa, de repente funcionaban a la perfección. Equilibrados en prácticamente todo su recorrido.

Muchas veces nos enrocamos y nos dejamos cegar por el márquetin. Lo mejor no siempre es lo más caro, sino lo que necesitas.

Originalmente, para paliar los efectos de los potes CTS, instalé un treblebleed. Aproveché para retirarlo y hacer el cableado tipo 50, para retener la mayor cantidad de agudos al bajar el volumen y evitar los problemas que causa ese circuito en caso de usar la guitarra con un pedal de Fuzz.

El problema de los potenciómetros estaba resuelto, aunque no mejoró el tono general de la guitarra enchufada.

El asunto del tono

Como he comentado, el sonido no decía nada. A ver, no estaba mal, pero no enamoraba. Carecía de ese tono tridimensional, dinámico, casi vocal que tiene una buena Stratocaster sobre un canal limpio a punto de romper. Era simplemente aburrido de correcto.

Antes de considerar el cambio de pastillas probé a jugar con la altura de estas, la distancia de los polos de las pastillas, diferentes cuerdas, etc. Pero nada curaba esa cualidad de leche tibia, de pan sin sal.

Así que, sí amigas, tocaba admitir que las Dimarzio con que había calzado originalmente a la #9 no eran lo que yo esperaba. Para mí, fueron lo más en el pasado, cuando elaboré esa lista de especificaciones de la Superstrat definitiva de la que os hablé en el artículo, pero por alguna razón, ya no. Quizá mis gustos han tomado otros derroteros.

Escuchando con los ojos

Debo ser honesto y confesar que a la hora de elegir estos fonocaptores hubo otro factor más. Los que seguís mis trabajos sabréis que últimamente he instalado y recomendado la marca Tonerider como si me llevase una comisión por ello. ¡Ojalá!.

Para los que no estéis muy familiarizados con la marca, se trata de pastillas diseñadas en Gran Bretaña y fabricadas en China, lo cual, lamentablemente, las hacen mucho más económicas que el resto de marcas que fabrican en el llamado Occidente. Y digo lamentablemente por los salarios y condiciones laborales de Oriente, pero a mi oído, son pastillas con un tono fantástico que nada tienen que envidiar a otras el triple de caras. Es la principal razón por la que no paro de usarlas. Sin embargo, siempre me he encontrado con un claro prejuicio a la hora de poner guitarras a la venta con esas pastillas. Estamos tan comidos por la publicidad que muchos incluso descartan directamente probar uninstrumento basándose en su hoja de especificaciones.

Muchos miran la etiqueta y no conciben que un instrumento de cierto precio traiga un elemento no considerado Premium. Y, en parte, lo entiendo. Yo también he comprado muchas veces sobre un listado de componentes de marca en lugar de fiarme de mis oídos. Y, por cierto, la mayoría de esos instrumentos, pedales y amplis han acabado a la venta de nuevo. Por eso mismo elegí también Dimarzio. Por eso mismo probé una vez más con Tonerider.

Instalé así este set SSH cuya humbucker, el modelo Birmingham se caracteriza por un gran tono de single coil cuando hacemos división de bobina. Justo lo que estaba buscando. Y efectivamente, este nuevo conjunto de repente insufló una nueva vida a la guitarra. De repente ese tono adictivo de Stratocaster que no quieres soltar. La humbucker del puente cálida y discreta, y el modo Split coil súper conseguido. Una vez más, Tonerider cumple expectativas.

Como con los potenciómetros, lo mejor no era lo más caro sino lo que mejor funciona.

Un apunte más es que en un principio decidí que la humbucker, mediante el mini switch, funcionase en paralelo en lugar de en división de bobina (splitcoil).  Si bien esta primera opción cancela el ruido de fondo, en cuestión de tono carece de la claridad, el ataque y la dinámica que proporciona el uso de una sola. Así que finalmente quedó de esta manera, aportando un tono mucho más auténtico de puente de Strato.

El asunto de la velocidad

Aquí existen dos cuestiones.  La primera es que, a mi edad y después de tantos años tocando tengo unas manazas fuertes y me he dado cuenta de que ahora soy menos teclero a la hora de tocar un instrumento que no esté súper finamente ajustado y puedo tocar auténticos mojones con cierta soltura. Y la segunda es que con el tiempo y la experiencia en el taller he ido siendo menos extremo a la hora de ajustar una cejuela. Prefiero que queden un pelín más altas y no tener problemas de trasteros y vibraciones a corto plazo o medio plazo.

Si juntamos ambas casuísticas, nos da como resultado una guitarra de la que se espera que permita una cierta velocidad, pero que en realidad no es así. A priori no se toca mal (gracias a mis manazas),  pero se espera mucho más de ella. El ajuste de la cejuela y el alma son cruciales a la hora de conseguir una acción de cuerdas muy baja que te permita volar por el diapasón.

Así que un ajuste escrupuloso del alma y otro no menos escrupuloso de la cejuela, llevando sus surcos al límite y: voila! El mástil cómodo y rapidísimo que tenía en mente y por el que había apostado en origen.

Algunos problemas son tan tontos que abochornan cuando los resuelves. Este fue uno de ellos.

El resultado

Y así fue, amigas, cómo convertí una guitarra estupenda en sensacional. Cómo pasé del: a esta guitarra le falta alma al ¿Estaría fatal si me la quedo, verdad…?

Las cosas rara vez se consiguen a la primera. Pero desde que la gracia de la vida no está en llegar a la meta, sino en el propio camino hasta ella, debemos aprender a disfrutar la experiencia en sí. Paladear los éxitos y abrazar las frustraciones para transformarlas en otra cosa. Rebajar nuestro nivel de expectativa y relativizar el fracaso. Y con este último párrafo a lo Paulo Coelho, me despido, que me voy un ratito a tocar a Doppelgänger #9, que me tiene enamoradito. Chao(s)!

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